Siguiendo la visita del Tesoro Imperial, pasamos por un recorrido histórico que muestra las joyas y coronas de los distintos reyes del imperio Austro húngaro hasta nuestros días.
Lo cierto es que entre que iba un poco pillado de tiempo y que había un montón de colegios con niños por todos lados, preferí dejar la clase de historia para cuando tenga tiempo de leerme un libro y me fije en las bellísimas joyas y acabados que los mejores artesanos en las distintas épocas realizaban para sus monarcas y emperadores.


Curiosamente, tras recibir un encargo real o imperial, era posible que el joyero en cuestión dejara de trabajar en todo lo demás y únicamente trabajara para la corona. Se requería dedicación absoluta y en ocasiones la pieza encargada en cuestión suponía el trabajo de todo el taller durante mucho tiempo. A veces toda la vida.
Recordemos que la esperanza de vida solo ha pasado de los 50 anos en este ultimo siglo y eso supone que desde muy pronto se aprendía la profesión y se llegaba a una maestría antes de que la salud te impidiera seguir realizando trabajos tan detallados. Una vista defectuosa o un pulso tembloroso podían no solo acabar con tu carrera y arruinarte sino terminar con tu forma de vida y hacerte morir en la mas absoluta pobreza.

Muchos otros objetos en cambio llegaban al tesoro imperial a través de regalos de embajadores, adquisiciones de comerciantes lejanos o intercambios de presentes con otros regentes. Son estas piezas en mi opinión las mas interesantes. Las que llevan una historia que la memoria ha borrado pero queda patente en la pieza, como si fuera el guardián de un recuerdo perdido.


Pero hoy me quedo con ese pensamiento. Hacer las joyas no solo para cumplir con el encargo sino para honrar a Dios (cada uno que ponga aquí en quien crea) por darnos la capacidad creativa y física para poder realizarlas. Me gusta esa idea....
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